No es secreto para nadie que aquellos que pasan más de una hora conectado a internet, es porque está haciendo cualquier cosa que se asemeja a lo totalmente improductivo. Pero aquí no estamos para señalar a nadie, sino para hacer de lo improductivo algo medianamente respetable y en algunos (alguuunos casos)útil en la vida. Buen provecho!

miércoles, mayo 03, 2006

Cumplir años siempre me ha parecido algo muy interesante. Es la oportunidad de reunir a todas aquellas personas que uno realmente aprecia y pasar al menos un día, o una noche, o simplemente una llamada de alguien inesperado. Puede ser cosa de horas, minutos e incluso segundos, pero que al menos le recuerde a uno que la existencia de uno es notada por alguien más que uno mismo. No se necesita de algo exuberante, pomposo o costoso, simplemente es cosa del “feeling”. Ahora bien, están aquellos años que se cumplen, los cuales empiezan a tener un valor agregado en el día de sucesión. Esos son (al menos a mi parecer)…

Empezaré a contar a partir de los primeros cinco años, ya que anterior a ello me parece un poco común y es como más bien la celebración de un integrante nuevo de la familia. Pareciera que ésta edad es la de común denominador de ingenuidad, ternura, y todo lo que comprende y expresa ser un poco mayor que un bebé pero no tanto como para saber que el barro puede ser dañino para el sistema digestivo. Talvez no tengo recuerdos lo suficientemente claros para cuando tenía ésta edad, pero puedo decir que no llega ser un día tan simbólico como puede ser para los padres y demás familiares. De seguro la pasé genial, pero… no trasciende de ahí.

Los diez años. De aquí en adelante empiezan los dilemas, conflictos sociales y demás complicaciones que le dan sabor a la vida. Es como cuando (ahora ya viejo) uno está con un grupo de amigos en algún sitio, donde coincidencialmente se encuentra otro círculo social en el que uno se siente igualmente cómodo; el conflicto aquí vendría siendo: con quien he de tratar de compartir más tiempo? O es mejor no establecer prioridades? O por qué no mezclar ambos grupos? El interrogante final seguramente conduciría a la solución más apropiada. Pero es ahí cuando se entra en razón y se reconoce que cada grupo tiene sus peculiaridades, y que son justamente las mismas, las que provocan divergencias entre éstos, lo suficientemente fuertes como para comparar la mezcla de agua con aceite. En fin, contextualizándolo al hecho propio de la undécima edad: uno no es tan pequeño como para jugar con muñequitos simplones, meterse a los juegos de los restaurantes, o ver programas que enseñen los números, colores y demás cosas básicas… pero por otro lado no se es lo suficientemente mayor como para sentarse a hablar de videojuegos, películas (que no sean de muñequitos) y todas aquellas cosas de los preadolescentes. Es de añadir el pequeño déficit de altura que los hombres poseen en relación con las niñas. Eso influye mucho!

Los quince! No es que esté llevando la cuenta en múltiples de cinco, es pura coincidencia nada más. ¡¿Qué más se puede decir además de lo obvio?! Para las mujeres, la fiesta, el vestido, la torta, el vals, y toda la parafernalia que comprende aquella emblemática fiesta. Aunque también están aquellas que logran hacer un “cambalache” por un viaje bien interesante (interesante no quiere decir San Andrés, Santa Marta o cualquier destino típico de excursiones de quinceañeras en estampida). Por otro lado, los hombres son más humildes en su celebración, no porque quieran serlo, sino porque para éstos no es digno de celebrárseles! Pero he aquí lo interesante del asunto. ¿Quién dice que el género masculino no se goza las fiestas de quince? Por supuesto que si! Tanto como para verse extraños fenómenos, donde cuerpos de ligera pubertad se comportan como adultos de veinte años, tomando, hablando, y relacionándose con sus compañeras en esa misma actitud. Sin embargo, no hay dudas en lo divertido que es.

La mayoría de edad. De nuevo, lo obvio toma su lugar… ¿qué edad más anhelada que ésta? Probablemente ninguna, y es por eso que es digna de celebrarse en el bar o disco más digna de tal evento, eso si, con los amigos y amigas que compartan la edad, de lo contrario les tocará conformarse con la torta y el holgorio previo a entrar al sitio exclusivo de adultos. Probablemente lo único molesto de alcanzar los dieciocho años, son las diligencias involucradas… trámite de cédula, actualización de datos, libreta militar, RUT, y todas aquellos pedazos de papel que comparten una característica… interminables filas!

Veinte años de vida (alias: el segundo piso). Es aquí cuando se empiezan a retractar esos fervorosos deseos de cumplir siquiera la mayoría de edad. Podría empezar a hablarse de un síndrome de vejes prematura. Conversaciones enteras dedicadas a recordar la época del colegio, recordar aquellas novias (en el caso masculino) que lo dejan a uno marcado, las primeras borracheras, y todos esos temas que se discuten y remembran con tanta pasión como la haría un hombre en sus bodas de oro. Irónicamente, hay cosas de las cuales si se quisiera desprender un poco: el ala protectora del la madre. No es que se esté siendo malagradecido, simplemente es conveniente poder tener un espacio de control autónomo que trascienda del cuarto y la despensa del baño que se comparte con los hermanos.

VEINTIUNO! Si, ahí es donde estoy ahora. Talvez no tenga mucho que analizar sobre ellos, pero es porque no les he vivido aún lo suficiente. Sin embargo puedo decir que es muy similar a hace un año, sólo que hay un elemento el cual empieza a involucrarse lenta pero constantemente en las relaciones… el protocolo. ¿Será algo realmente útil, necesario y positivo? ¿O será una forma de complicar aún más las relaciones sociales? En éste año lo trataré de confirmar.